OJOS BONITOS


Para ti, Nicol.

Había una vez un Rostro, ensombrecido por la frustración y la tristeza, pero además, estaba prisionero de una historia, que sólo le permitía sentir de aquella manera. De pronto, el Rostro miró unos ojos grandes y bonitos, los cuales, parecían acelerar sus pestañeos, cuando su mirada se cruzaban con la de él. Y cuando observó nuevamente, aquellos ojos con intensa curiosidad; vio una hermosa forma de ser, sintió un profundo modo de amar, y descubrió un corazón lleno de bondad. El Rostro Intentaba poner atención a las palabras de «Ojos bonitos»; sin embargo, sus sentidos estaban tan embriagados, por su mágica presencia, que enmudeció y se sumergió profundamente, en el momento. Y él la sintió fértil, la sintió madre, y también una dama, para construir un hogar. Y así de esta manera, el Rostro comprendió a Ojos bonitos, muchísimo antes de rozar su cuerpo. Luego, en un arranque de valentía, poco habitual en él, el ahora entusiasta personaje, se atrevió a desplazar los dedos de su mano, para acariciar el dorso de aquella perfecta visión; y al desplazar sus falanges, por sobre la piel de su mano, percibió que su vida ansiaba con vehemencia, pertenecer a la suya. Y el Rostro comenzó a iluminarse con sus ganas de vivir, y se empapó de su deseo de aprender y experimentar, cada momento de la vida. Porque de aquella mirada, emanaba un amor tan inmenso, que el Rostro se enamoró perdidamente, de aquella alma. Muchísimas gracias por haber aparecido en mi relato, Ojos bonitos; porque comencé a vivir, sólo después de ver mi vida, reflejada en la tuya.
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Por Leo Barra

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